Paz para cada uno de nosotros. Si no vivimos en paz interior, no podemos transmitirla. Empezamos por no aceptarnos a nosotros mismos, lo que produce desasosiego, complejos y envidias. No te has reconciliado aún con tus limitaciones y te fustigas constantemente a ti mismo, porque no sabes más, porque no puedes más, porque no tienes más, porque no eres más. Quisieras ser de manera distinta. No quisieras tener tal debilidad, tal temperamento, tal físico, tal circunstancia. O sea, que te haces la guerra a ti mismo por las frustraciones repetidas, por los deseos insatisfechos, por los sueños incumplidos. Guerra mala, dolorosa guerra interior. Guerra a veces subconsciente. Tienes también en ti cantidad de violencias y agresividades. Enseguida se nos escapa la palabra fuerte, el gesto destemplado, la discusión violenta. Y no te faltarán los consabidos resentimientos, los rechazos íntimos, las ofensas no perdonadas, los odios no extinguidos.
Has de pedir la reconciliación contigo mismo, que es aceptarse sinceramente y quererse bien, querer a ese prójimo que somos cada uno y que Dios también quiere, quererse sin resentimiento ni amarguras, mirarse con humildad, con amor y con humor, aunque nos veamos menos buenos y valiosos que los demás.
- Sembrad la paz en nuestra mente y corazón
Seguro que quedan todavía en nosotros muchas cosas que pacificar. No hemos logrado la armonía interior necesaria. Hay muchos sentimientos o resentimientos que nos desequilibran, muchos prejuicios que nos violentan. Se exteriorizan incluso en el lenguaje. Hay que usar la medicina apropiada para cada una de nuestras íntimas violencias.
- Sembrad la paz en nuestra familia y ambiente
Muchos podemos hacer en ese campo más cercano de nuestras relaciones. Con tu talante y ejemplo ya puedes ser un pacificador. Otras veces se te exigirá una palabra, un consejo, una reprensión, una mediación. Puedes poner un poco más de serenidad en las discusiones, un poco más de objetividad en los juicios, un poco más de realismo en las apreciaciones, un poco más de amor en todos los encuentros; y a veces basta con un saber relativizar, con un poco más de humor y de gracia. Es la política de los pequeños pasos.
- Sembrad la paz en la sociedad
Esto es lo más difícil, parece que nos desborda. ¿Qué podemos hacer nosotros ante los fenómenos de la guerra y el terrorismo, de la xenofobia y el racismo, de los odios acumulados en las etnias y los pueblos, del armamentismo, de la injusticia estructurada, primera y más importante violencia?
Aquí tenemos que mirar más a largo plazo. Y no podemos trabajar solos, por nuestra cuenta. Tendremos que mirar a otros voluntarios de la paz, integrarnos en organizaciones pacificadoras y solidarias, unirnos a las campañas a favor de la paz y la justicia. Son cosas que no dependen sólo de nosotros, pero que también dependen de nosotros. Podemos ir haciendo conciencia y mentalizar a los demás con nuestras palabras y actuaciones. También desde la base se puede influir en la marcha del mundo. Todos hemos de ser protagonistas en la construcción del mundo nuevo, más solidario y pacífico.
El trabajo por la paz es duro y permanente. El trabajador de la paz nunca está en paro. La tarea empieza en el corazón humano, nuestro más próximo campo de batalla. Pasa por la familia, que tantas veces oculta actitudes belicosas, distantes, intolerantes. Se debe llegar a todas las formas del tejido social, donde se dan tantas situaciones agresivas e injustas; y a las relaciones entre regiones y pueblos, para condenar todo tipo de racismo o xenofobia, de explotación y terror. No basta trabajar por la paz, debemos pedirla, porque es don de Dios.
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