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domingo, 1 de julio de 2018

#Proactividad


La idea de “proactividad” surgió en los campos de concentración nazis, lo que – pensando de forma malévola- podría explicar su éxito en la empresa. Vicktor Frankl, en su libro “El hombre en busca de sentido” relata cómo frente al acoso físico, moral y psicológico, la proactividad fue la clave de su supervivencia. Frankl la definió como esa actitud vital que permite escoger una respuesta al entorno basada en nuestros propios valores o ideas, lo que lleva a la toma de iniciativa, a la influencia y, en último término, a la libertad.
Sin embargo, como tantas ideas con potente sustrato liberador, la Historia la tergiversa y acaba sirviendo en ocasiones los intereses opuestos. Como escribió Nietzsche, “quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo”.
El confucianismo regenerador acabó esclerotizado, el marxismo revolucionario en opresor… De igual modo, la idea de proactividad acabó convirtiéndose en cliché y sirviendo varias posturas que no tienen nada que ver con ella, por ejemplo:
Practicar la hiperactividad, la impulsividad y asumir el riesgo sin reflexión, olvidando que la proactividad real parte siempre de principios y convicciones propias.
Trabajar intensamente hasta perder las suela de los zapatos o las huellas dactilares, si no quieres que te acusen de no ser “proactivo”.
Descalificar cualquier crítica, por bien fundada que esté, al suponer que surge de la inercia y la defensa del status quo, es decir, de la “falta de proactividad”.
Identificar la proactividad con “agresividad”, palabra que sorprendentemente es asumida como un valor positivo en muchas organizaciones. Error, pues la agresividad es la manifestación de un entorno de “suma negativa”, en el que alguien pierde a costa de otro. Eso no es sostenible, pues una organización se fundamenta precisamente en lo contrario, en que unidos se es más.
Pero incluso si se entiende el concepto correctamente, hay otro mito que conviene desterrar: el de que la proactividad es la opción deseable en todo caso.
De forma simplista, se pueden identificar cuatro actitudes típicas ante las incertidumbres del futuro, aplicables tanto al proceder de personas como de organizaciones:
1. Pasividad.
La técnica del avestruz. Negar el problema o la necesidad de reacción. Por algún motivo, que puede tener que ver con la cultura de la empresa o con los incentivos, se teme errar mucho más por omisión que por comisión.
2. Reactividad.
El bombero apagafuegos. Cuando los dirigentes de una organización sólo actúan en función de los sucesos pasados o presentes. Es una actitud que suele limitar la creatividad y la innovación, adoptando actitudes conservadoras e imitativas.
3. “Preactivismo”.
Una organización “preactiva” es consciente de los procesos de cambio y está atenta a las tendencias emergentes para detectar nuevas amenazas y oportunidades. Se intenta obtener el mejor provecho de la realidad circundante, con una actitud previsora.
4. Proactividad.
Un paso más allá de la organización preactiva, no se conforma con explotar las nuevas oportunidades sino que trata de crearlas. Para ello, no vacila en cuestionar el sistema de relaciones actual, trabajando para construir futuros no “deducibles” del entorno. La clave es no sólo adelantarse a los acontecimientos, sino provocarlos. La proactividad es en general la fuente de la innovación, de las grandes oportunidades y del cambio empresarial.
Ser proactivo es hacer que las cosas pasen, influir en lo que nos rodea para conseguir nuestros sueños y proyectos. En la vida, la libertad de poder hacer es una oportunidad de hacernos responsables de construir la vida que queremos.
¿Y si en vez de esperar a que todo cambie a nuestro favor por sí solo, comenzamos a dar pasos hacia nuestro sueño?

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